El octavo sendero en el cruce de caminos de los siete senderos. 2015

ANTÓN PACHECO, JOSÉ ANTONIO.

A pesar de todas las variaciones que han existido con respecto a la idea de arte, creo que hay seguir manteniendo la noción de arte como símbolo. En su simplicidad, en su pureza, en su despojamiento de elementos accesorios, la concepción simbólica de arte me sigue pareciendo la más acertada, la que mejor alcanza el corazón de la obra. Y el símbolo es, en su forma más escueta y simple, aquella realidad que sustituye otra realidad impensable e indecible.

El símbolo apalabra el silencio, el símbolo ordena el caos, el símbolo representa lo invisible. Creo que eso es el arte en esencia y esa es la función que me parece que siempre, en toda época, ha venido desempeñando.

Propongo abordar cualquier obra de arte auténtica como un camino que se nos abre y nos hace expedito el trayecto, que nos sirve de referencia para adentrarnos en la espesura del bosque, o de faro que nos guía en un mar proceloso entre olas.

De los siete senderos que confluyen en un cruce de caminos, el arte es el octavo sendero. Es ese instante, es ese momento en el que se descubre la encrucijada de los siete caminos a la que llega el octavo camino, el mismo instante en el que la obra de arte produce la apertura, y la abertura, a la realidad ontológica.

No deja de ser significativo que en nuestra época el artista busque una comprensión inteligible, espiritual, de su propia obra  y de función o misión que esta lleva a cabo. Anteriormente, solía ser el teórico el se acercaba a la obra de arte queriendo proyectar hermenéutica o claves de comprensión. Parece que ahora es el artista el que de forma programática recurre a la mística de Ibn Arabi o al budismo zen o a Platón o al discurso fenomenológico para estructurar su proprio discurso significativo. Dicho de otro modo: es como si la misma obra de arte presenta como propuesta conciliar acción y contemplación, teoría y praxis. No me parecen mal estos hechos. Es una forma de comprometer (en el sentido más profundo del término) al artista con su obra, cn su medio, con su mundo. O mejor todavía, es un modo de fundar un mundo.

No está mal que el artista intente al menos construir un universo simbólico que aporte claridad, referencia, inteligibilidad. Que sea el octavo sendero que confluye en el cruce de los siete senderos. Después de todo el artista y su obra de arte deben ser (como fueron en los origines) los que ordenan el sonido, el color, la materia, el movimiento, el espacio, para que así haya música, pintura, escultura, danza, arquitectura. Para que haya logos en definitiva, póiesis. Poesía en el sentido de hacer y de trazar la línea que delimite lo caótico de lo ordenado.

Se trata de la vieja idea del artista como demiurgo, pero no en un sentido absoluto, autónomo, egocéntrico; sino haciendo ver, mostrando, señalando apenas, dejando ser, cumpliendo aquello de que es en la debilidad donde está la fortaleza.

Las anteriores reflexiones son fruto de la impresión causada por el proyecto de exposición TerraLuzSilencio (2015), de Luca Pantina y música de Carlo Guarrera. Pero sobre todo han sido provocadas por conversaciones personales con Luca Pantina. En efecto, un diálogo fluido entre ambos me ha puesto de manifiesto de qué manera los intereses artísticos de Pantina son inseparables de sus intereses espirituales y filosóficos. Esta idea la avalan otras iniciativas estéticas como la serie Christusimpuls (2006) o el trabajo teórico Mítica narrativa simbólica (2013). Se percibe por sí mismo este interés por lo filosófico, lo reflexivo, lo meditativo. Y esto no me parece algo que lastre la obra de Pantina sino más bien lo contrario: le posibilita abrir horizontes de fertilidad y de expectativas estéticas y espirituales.

Sobre todo quiero reseñar que la labor plástica de Luna Pantina realiza lo que el arte genuino debe realizar: abrir espacios de inteligibilidad, de comprensión y de diálogo. En definitiva: crear un mundo de sentido.